Temas
- Big Head
- Iron Lady
- Cathechism
- Kibbutz
- Fallout
- Plexus
- October
- Hexagon
- Anaclasis
- Holebones
- Hail
- Stonehenge
- Thebes
- Fragment
- B.U.G.
16. Ripples
17. Masacari
18. Divided
19. Octopuus
20. Dadaism
21. Infect
Integrantes
- Tatsuya Yoshida: batería, canto
- Kazuyoshi Kimoto: bajo, violín, canto
Segundo disco de la segunda formación del inverosímil power dúo zheul
japonés Ruins. Con “Stonehenge”, Yoshida y su entonces nuevo bajista
compinche Kimoto refuerzan su extravagante línea rockera experimental, la
cual ya les había creado una aureola de culto en la escena underground de su
país desde la segunda mitad de los 80s. Hoy por hoy, Ruins es considerado
como uno de los íconos incuestionables de la vertiente vanguardista del
movimiento progresivo japonés, y eso conlleva una radical distinción entre
los conocedores empáticos y los enemistados con su peculiar línea musical.
De hecho, el estilo de la banda puede definirse someramente como un
constante ejercicio de extravagante complejidad que, simultáneamente, se
ostenta y se burla de sí misma. Elaborar una terca confluencia entre el lado
más travieso del zheul, el lado más burlón de Zappa, la psicodelia
crimsoniana, el vértigo del thrash metal y el punk, y en fin, el afán
deconstructivo de formas musicales postmodernas ya es de por sí abstruso, y
Ruins no se conforma con esto, sino que una vez que tiene este amasijo
sonoro en sus manos lo reelabora llevándolo a niveles hiperbólicos, en los
cuales se confunden la rebeldía y la mofa. La oferta de Ruins no es sólo un
desafío estético, es una burla hecha música de la que el oyente es objeto y
de la que puede ser también cómplice en caso de hacerse empático con lo que
está escuchando. Ruins se estaba anticipando a la ‘onda Primus’ y lo hacía
con sobredosis triple.
Los meandros chillones de las vocalizaciones y los tortuosos quiebres
instrumentales firmemente ejecutados por la minúscula instrumentación emanan
una energía y convicción que se traducen en pura potencia. Es una pena, en
todo caso, que la ingeniería de sonido no esté tan refinada como en discos
posteriores a fin de que se pueda apreciar mejor los matices que se esconden
detrás de toda la bravata técnica. También es verdad que en esta fase de su
carrera, Ruins permanece concentrado principalmente en explorar los aspectos
más explícitamente ásperos que son inherentes a su opción musical. ‘Big
Head’ y ‘Cathechism’ son dos de los ejemplos más asequibles de la primera
mitad del álbum, al menos en comparación con esos ‘caprichos patológicos’
que son ‘Kibbutz’ y ‘Plexus’. ‘October’ refleja una cierta cadencia
majestuosa dentro de los innegociables parámetros estilísticos de Ruins, y
ante todo, exhibe una arquitectura bien elaborada dentro de su lógica
delirante. Casi todas las piezas oscilan entre los 2 ½ y 3 ½ minutos de
duración, pero claro está, los apabullantes efluvios que la comunión demente
de bajo y batería vierten sobre la atmósfera se sienten más largos dada su
naturaleza opresiva. ‘Hail’ pone énfasis en vocalizaciones entre grotescas e
infantiles sobre un motivo simple, mientras que la pieza homónima que le
sigue utiliza la vocalización de una manera más teatral (bueno, es lo usual)
y sobre una secuencia más enredada de motivos. ‘Ripples’ se vale de un
compás blues-rock para aportar un poco de frescura simplona al asunto: el
violín es usado de manera normal, por lo que se crea un poco de candidez en
la instrumentación. ‘Thebes’, ‘B.U.G.’ (ambas durando más de 6 minutos) y el
tema de cierre ‘Infect’ (durando casi 6 minutos) son los temas más largos
del disco. El primero exhibe un ceremonioso juego de desahogos vocales a lo
Samla Mammas Manna con esquizofrenia severa sobre una instrumentación
sombría y marcial (en parte, semejante a lo que sucederá después en
‘Octopuus’). El segundo porta un ingenioso juego de contrastes y
minimalismos, hilando una potencia sutilmente sombría con el uso fluido de
repeticiones. El último apuesta por la faceta más abiertamente sórdida del
grupo - atención a esas perversas explosiones de violín.
Recomiendo particularmente a los curiosos que comiencen a paso lento con los
discos de Ruins desde 1993 en adelante, que es una etapa en la cual afianzan
una estilización patentemente cuidada de su esencia musical, pero lejos
estoy de desestimar este disco. Dicho sea de paso, ser un fan del RIO y el
zheul no garantiza para nada el disfrute de este material ni de Ruins, en
general – hace falta que se dé espontánea e inexplicablemente una empatía.
De los discos de Ruins que conozco hasta la fecha, “Stonehenge” es uno de
los más traviesos, pero su crudeza puede resultar chocante (incluso para el
convertido) en las primeras escuchas: puesto en perspectiva, “Stonehenge” es
el testimonio de la maduración en proceso de un grupo realmente importante
dentro de la historia reciente del rock ultra-experimental.
César Mendoza
|