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LA LISTA DE CORREO HISPANO-PARLANTE SOBRE ROCK PROGRESIVO Y SINFÓNICO 
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 RUINS “Stonehenge” (1990)

Temas

  1. Big Head
  2. Iron Lady
  3. Cathechism
  4. Kibbutz
  5. Fallout
  6. Plexus
  7. October
  8. Hexagon
  9. Anaclasis
  10. Holebones
  11. Hail
  12. Stonehenge
  13. Thebes
  14. Fragment
  15. B.U.G.

16. Ripples 17. Masacari 18. Divided 19. Octopuus 20. Dadaism 21. Infect

Integrantes

  • Tatsuya Yoshida: batería, canto
  • Kazuyoshi Kimoto: bajo, violín, canto

Segundo disco de la segunda formación del inverosímil power dúo zheul japonés Ruins. Con “Stonehenge”, Yoshida y su entonces nuevo bajista compinche Kimoto refuerzan su extravagante línea rockera experimental, la cual ya les había creado una aureola de culto en la escena underground de su país desde la segunda mitad de los 80s. Hoy por hoy, Ruins es considerado como uno de los íconos incuestionables de la vertiente vanguardista del movimiento progresivo japonés, y eso conlleva una radical distinción entre los conocedores empáticos y los enemistados con su peculiar línea musical. De hecho, el estilo de la banda puede definirse someramente como un constante ejercicio de extravagante complejidad que, simultáneamente, se ostenta y se burla de sí misma. Elaborar una terca confluencia entre el lado más travieso del zheul, el lado más burlón de Zappa, la psicodelia crimsoniana, el vértigo del thrash metal y el punk, y en fin, el afán deconstructivo de formas musicales postmodernas ya es de por sí abstruso, y Ruins no se conforma con esto, sino que una vez que tiene este amasijo sonoro en sus manos lo reelabora llevándolo a niveles hiperbólicos, en los cuales se confunden la rebeldía y la mofa. La oferta de Ruins no es sólo un desafío estético, es una burla hecha música de la que el oyente es objeto y de la que puede ser también cómplice en caso de hacerse empático con lo que está escuchando. Ruins se estaba anticipando a la ‘onda Primus’ y lo hacía con sobredosis triple.

Los meandros chillones de las vocalizaciones y los tortuosos quiebres instrumentales firmemente ejecutados por la minúscula instrumentación emanan una energía y convicción que se traducen en pura potencia. Es una pena, en todo caso, que la ingeniería de sonido no esté tan refinada como en discos posteriores a fin de que se pueda apreciar mejor los matices que se esconden detrás de toda la bravata técnica. También es verdad que en esta fase de su carrera, Ruins permanece concentrado principalmente en explorar los aspectos más explícitamente ásperos que son inherentes a su opción musical. ‘Big Head’ y ‘Cathechism’ son dos de los ejemplos más asequibles de la primera mitad del álbum, al menos en comparación con esos ‘caprichos patológicos’ que son ‘Kibbutz’ y ‘Plexus’. ‘October’ refleja una cierta cadencia majestuosa dentro de los innegociables parámetros estilísticos de Ruins, y ante todo, exhibe una arquitectura bien elaborada dentro de su lógica delirante. Casi todas las piezas oscilan entre los 2 ½ y 3 ½ minutos de duración, pero claro está, los apabullantes efluvios que la comunión demente de bajo y batería vierten sobre la atmósfera se sienten más largos dada su naturaleza opresiva. ‘Hail’ pone énfasis en vocalizaciones entre grotescas e infantiles sobre un motivo simple, mientras que la pieza homónima que le sigue utiliza la vocalización de una manera más teatral (bueno, es lo usual) y sobre una secuencia más enredada de motivos. ‘Ripples’ se vale de un compás blues-rock para aportar un poco de frescura simplona al asunto: el violín es usado de manera normal, por lo que se crea un poco de candidez en la instrumentación. ‘Thebes’, ‘B.U.G.’ (ambas durando más de 6 minutos) y el tema de cierre ‘Infect’ (durando casi 6 minutos) son los temas más largos del disco. El primero exhibe un ceremonioso juego de desahogos vocales a lo Samla Mammas Manna con esquizofrenia severa sobre una instrumentación sombría y marcial (en parte, semejante a lo que sucederá después en ‘Octopuus’). El segundo porta un ingenioso juego de contrastes y minimalismos, hilando una potencia sutilmente sombría con el uso fluido de repeticiones. El último apuesta por la faceta más abiertamente sórdida del grupo - atención a esas perversas explosiones de violín.

Recomiendo particularmente a los curiosos que comiencen a paso lento con los discos de Ruins desde 1993 en adelante, que es una etapa en la cual afianzan una estilización patentemente cuidada de su esencia musical, pero lejos estoy de desestimar este disco. Dicho sea de paso, ser un fan del RIO y el zheul no garantiza para nada el disfrute de este material ni de Ruins, en general – hace falta que se dé espontánea e inexplicablemente una empatía. De los discos de Ruins que conozco hasta la fecha, “Stonehenge” es uno de los más traviesos, pero su crudeza puede resultar chocante (incluso para el convertido) en las primeras escuchas: puesto en perspectiva, “Stonehenge” es el testimonio de la maduración en proceso de un grupo realmente importante dentro de la historia reciente del rock ultra-experimental.

César Mendoza

Creada en 1997. ©José Manuel Iñesta. Alojada en el Depto. de Lenguajes y Sistemas Informáticos de la Universidad de Alicante, España.

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