A LA SOMBRA DE UN FRONDOSO ÁRBOL
La aventura Porcupine Tree dio inicio el 19 de julio, fecha en que Leo, mi
hermano David y yo compramos los boletos para lo que se esperaba fuera un
esplendido concierto del grupo inglés de rock progresivo, en la mañana, muy
temprano checando la pagina Internet de ticketmaster, descubrimos que se
abría la venta de las entradas, ese mismo día, en la tarde, las adquirimos,
se oficializaba la cita con la gran expectativa de vivir un espectáculo
digno de ser contado.
Había tiempo suficiente para familiarizarse con el disco "Fear of a Blank
Planet", la más reciente producción de nuestros invitados y futuros
anfitriones en el teatro Metropolitan, recinto que nos iba a congregar a
todos y cada uno de los seguidores y fans de esta agrupación tan
representativa del genero en cuestión, en este CD intervienen; Steven
Wilson, líder, voz y guitarras, Richard Barbieri en teclados, Colin Edwin en
el bajo y Gavin Harrison en la batería, como invitados especiales aparecían;
Alex Lifeson, del grupo canadiense Rush, en un solo de guitarra durante el
track número 3, Robert Fripp, maestro de Kimg Crimson en los soundscapes,
hacia su aparición en la rola número 5 y por último, John Wesley, en voz y
coros.
Así pues, me di a la tarea de involucrarme con su contenido, en la casa y en
el carro, no perdía oportunidad de escucharlo, además, desempolve un DVD que
contenía su participación en una de las ediciones del Nearfest (2001), lo
anterior, para tomar nota de los rostros que habríamos de ver en nuestro
país.
Poco a poco, la memoria fue registrando uno a uno los tracks de este
material, una rola que lleva por nombre "Anesthetize", desde un principio
era llamada a convertirse en mi favorita, 17 minutos que incluyen una
incursión por el metal rock, con un final melódico, pero no por ello menos
explosivo, salpicado por acompañamientos corales y acordes de guitarra que
mueven a profundas y variadas emociones.
Por fin, el 6 de octubre con puntualidad abordamos el autobús a las 8 en
punto de la mañana, de Aguascalientes hacia la capital del país, la
adrenalina corría salvajemente por las venas, estábamos a unas horas del
ansiado encuentro con el rock del grupo revelación del momento. El viaje
transcurrió sin contratiempos, arribamos al DF a las 14;15 horas, saliendo
de la estación de autobuses nos montamos al trolebús que nos llevó, a través
del eje central, hasta el Museo de Bellas Artes, el apetito estaba
despierto, por tanto, nos dirigimos al zócalo por la calle 5 de Mayo,
conforme avanzamos, empezaron a desfilar ante mis ojos, edificios y
establecimientos que en una época llegaron a ser muy familiares y cotidianos
para mi, tenía años que no pisaba el Distrito Federal. "Los Azulejos", fue
de los primeros inmuebles con los que se topo mi mirada, la primera calle
que cruzamos en nuestra ruta fue Filomeno Mata, ahí estaba el viejo
restaurante vegetariano, que en los años 70's me esperaba a comer varias
veces por semana, más adelante, con sorpresa descubrí el inamovible y eterno
negocio de los tacos de canasta, cuyo visitante más asiduo era mi hermano
Arturo, después siguió el "Espartaco", aún recuerdo como se me hacía "agua
la boca" en vísperas de saborear los guisados, con los que las tortillas
eran enroscadas para convertirse en sus siempre ricos y "engordadores"
tacos, tocó el turno al café "La Blanca", en aquellos años se desayunaba
delicioso, ahí servían un yogurt con miel digno del paladar más exigente,
por fin llegamos a Isabel La Católica, mis ojos buscaron el viejo Edificio
donde trabaje tantos años y oh sorpresa !!!! ahí estaba, precioso como
siempre fue, intacto como un monumento, con su extraordinaria arquitectura
del siglo XVIII, digna de admiración, en el número 24 de la Chabela y con su
majestuoso reloj dando la cara hacia la calle de Madero, que tiempos
aquellos en que se podía disfrutar de la ciudad capital, cruzamos por el
café de chinos y la antiquísima Librería Porrua, donde llegue a comprar uno
que otro de mis libros de secundaría, uuuuhhhhh ya llovió. Finalmente (ya
para no aburrirlos), llegamos al Hotel Hollyday Inn del centro, tomamos el
elevador que nos condujo al último piso, ubicamos una mesa vacía y nos
instalamos, la comida consistió en un buffete rico en variedad y en sabor,
compuesto por varias ensaladas, sopas, cremas y elaborados guisos bien
sazonados, además de una parrillada surtida en carnes de puerco, res y pollo
acompañadas de cebollas y nopales asados, para rematar, una buena variedad
de postres, el lugar estaba ubicado en una terraza con vista panorámica al
centro histórico, intercalábamos nuestras visitas hacia donde se encontraban
los manjares y nos permitíamos disfrutar de la vista aérea que dicha terraza
nos ofrecía, ahí estaba en todo su esplendor parte del terruño que me oyó
llorar por primera vez.
Más que satisfechos, salimos del lugar a eso de las 6 PM, el trayecto al
teatro nos llevo justo una hora, debido a que nos detuvimos a observar
aparadores o visitábamos alguna que otra tienda, a las 7 de la noche
llegamos a las afueras del recinto que minutos más tarde se vería invadido
por las notas progresivas de nuestros ídolos. Había una banca de concreto y
acero sobre la acera, nos sentamos y tuvimos la suerte de saludar a
camaradas que no imaginamos encontrar y que comparten nuestros gustos por la
música, gente de Monterrey, del DF, de Guadalajara y de Aguascalientes,
todos con un objetivo en común; el rock de los Porcupine.
Cuando dieron las siete y media, ya había vendimia de playeras y Cd's, fue
en ese momento en que decidimos entrar, cada vez llegaba más gente, en el
umbral del teatro, personal del mismo nos pidió los tickets y nos condujo a
la sección "B", segunda en importancia y en precio, ocupamos las localidades
correspondientes y esperamos el arribo al escenario de los dueños de la
noche, estaba todo dispuesto para vivir un espectáculo inolvidable, una
página más a la historia de conciertos presenciados por nuestros sentidos,
siempre alertas a nuevas emociones.
A eso de las ocho diez, de pronto, hicieron su aparición los músicos
ingleses, como impulsados por un resorte, saltamos de nuestros asientos a
vitorear su aparición, así daba inicio la excursión mágica por del rock del
güero Wilson, se armaron con sus instrumentos y el espin mayor, se acerco al
micrófono para decir; "Gracias México", esforzando su español, la respuesta
no se hizo esperar, con aplausos, silbidos y aullares les dimos la
bienvenida.
AAAArrrraaaaannnnnnnqqqqqquuuuueeeennnnnsssseeeee mis chavos y dio inicio el
recital, como yo había imaginado, las notas del "Fear of a Blank Planet"
invadieron los espacios, de manera pausada pero intensa, fueron desfilando
todas y cada una de las seis canciones incluidas en este album; "My Ashes",
"Anesthetize", "Sentimental", "Way Out Of Here", y "Sleep Together" y la que
da nombre al CD. Conforme las rolas fueron desfilando, los asistentes nos
manifestámos de maneras diferentes, todos de pie, me di cuenta como unos
alzaban los brazos y con los dedos simulaban unos cuernos, como aprobando
que se ejecutara la melodía esperada, otros bailaban, moviendo brazos,
piernas, y cabezas, otros simulaban tocar una guitarra, como yo, algunos un
tambor, siguiendo el ritmo de la música que paulatinamente nos condujo al
frenesí, delante de nosotros, había un grupito de 4 o 5 chavos, que en la
penumbra no se veían mayores de 25 años, se abrazaban y en sincronía
iniciaban un balanceo de izquierda a derecha y de regreso, de acuerdo al
ritmo de las melodías, aquello pronto se convirtió en una verdadera
apoteosis, los que traían celular con cámara fotográfica, aprovecharon para
capturar el momento y dejarlo para la posteridad, pronto el ambiente se vio
invadido por una cantidad exagerada de flashazos, mientras tanto, al término
de cada corte, gritábamos, aplaudíamos, chiflábamos, y aullabamos como lobos
en una noche de luna llena, en fin, vertíamos cualquier clase de expresiones
por medio de las cuales exteriorizamos el jubilo de estar ahí, creo que poco
a poco los músicos sintieron nuestra euforia y en una especie de
retroalimentación, se dio una interactividad muy efectiva, ellos haciendo lo
que saben hacer y nosotros celebrando el escucharlos, tal vez no esperaban
ese recibimiento, mucho menos ese festejo que brindábamos a cada una de sus
canciones, al fondo del escenario, en relieve, una pantalla de buen tamaño,
emitía una especie de videoclip para la composición que estuviera
ejecutándose en ese momento, en otras ocasiones solo proyectaba figuras
geométricas llenas de colores psicodélicos asociándose a los inicios
musicales del grupo, pero ahí no paro la cosa, de pronto un juego de luces
inicio su desfile a lo largo y ancho del teatro, en sentido contrario a las
manecillas del reloj, las paredes se iban alumbrando con figuras caprichosas
que cambiaban continuamente, según su forma y la superficie que ocuparan en
su trayecto. Por un instante me imagine que hubiera sido de este recital en
un lugar como el Auditorio Nacional, seguramente hubiese estado más acorde a
la ocasión, pero no era el momento para meditaciones estériles, así que me
ubique y seguí gozando. Volteaba a mi alrededor y veía a mis congéneres
situados en la misma frecuencia que yo, todos hermanados por el rock, en ese
momento nos vimos convertidos en una gran comunidad deseosa de que aquello
fuera interminable.
La guitarra Wilsoniana rugía sin cesar, invadiendo todos los espacios,
sonaba salvaje, sin dejar de ser tierna en donde tenía que serlo, era una
guitarra explosiva y feroz, de atrás de la figura de Wilson, había una
lámpara de luz blanca, que proyectaba una interminable cantidad de chispazos
que llegaban a cegar nuestras pupilas, Gavin Harrison le tupia duro y bonito
a los tambores que retumbaban con un poderoso y especial estruendo, las
percusiones se sumaban en complicidad a las notas de las cuerdas, el resto
del grupo, se agregaba al fabuloso viaje rockero, Colin Edwin y Richard
Barbieri, bajista y tecladista respectivamente, jugando un papel más
discreto, pero no menos importante, conformaban un excelente engranaje de
una maquina de hacer rock, para entonces ya habían desfilado una serie de
magnificas rolas como la bella y sensacional "Lazarus", "Open Car" y
"Shemovedon" del Deadwing, y "Blackest Eyes" del In Absentia, y si no mal
recuerdo, "Lightbulb Sun" y "Last Chance to Evacuate", estas dos últimas de
su etapa psicoldélica, los minutos avanzaban en el inexorable andar del
tiempo, eran casi las diez de la noche cuando el grupo creyó que era momento
de despedirse, dejaron los instrumentos y desaparecieron por la lateral del
escenario, enardecidos, redoblamos la escandalera, al igual que en el
transcurso del concierto, aplaudimos, chiflamos, gritamos; "otra, otra,
otra", no nos resignamos a que aquello quedará ahí, no tuvimos que esperar
mucho para ver reaparecer a los "arboreos", la algarabía hizo explosión y
felices de la vida disfrutamos de dos canciones más que deleitaron nuestros
oídos, el cuerpo no paraba de erizarse, la piel se "enchinaba" y los
corazones latían tan locos que se volvían taquicardicos, yo sentía una grata
y eufórica emoción, el rock para mi es un amigo especial, cuando lo invoco
se vuelve mi fiel compañero, el rock es capaz de unir multitudes en una sola
voz, en un solo alarido, rompe fronteras y enarbola a todas las banderas, no
distingue color de piel ni discrimina a raza alguna, con él, todos nos
sentimos jóvenes en cuerpo y alma, por eso es tan vital en mi existir.
Porcupine volvió a retirarse, confiados pensaron que no los haríamos
regresar por segunda ocasión, que equivocados estaban, a base de prolongadas
palmas y vitoreos reaparecieron, no iba a haber más, así que nos dispusimos
a cerrar con broche de oro, al término de la primera rola de regalo, Steve
Wilson, el líder y prolífico compositor del grupo, el inquieto productor
musical, el hiperactivo rockero, también miembro y fundador del grupo
Blackfield y otros proyectos importantes dentro de la escena de la música,
tomó el micro e inició la despedida, había estado en comunión con todos
nosotros por espacio de poco más de dos horas, esta vez hablo en inglés, era
casi imposible entenderle, la efervescencia era tal que apenas distinguí que
la rola de despedida iba a ser "Trains", el inmueble volvió a estallar y
siguiendo el compás de las notas hasta el final, por fin los despedimos
agradecidos de tan especial espectáculo, fueron los últimos instantes que
estuvimos de pie, tomamos asiento esperando que saliera la audiencia para
evitar las aglomeraciones, empezaron los comentarios;
-- Qué tal eh?
-- Qué chingón tocan en vivo
-- Valió la pena, qué ni qué.
Nos retiramos con un muy buen sabor de boca, satisfechos, contentos de haber
invertido en tan singular noche.
Eran las 10;20 cuando salimos del Teatro, afuera nos recibió una pertinaz
lluvia, fuimos a una tienda de abarrotes a recoger las mochilas que no nos
dejaron ingresar, las playeras se habían agotado, lo cual provoco
lamentaciones, entre ellas la mía, nos juntamos para acordar el regreso, yo
decidí quedarme, para mi apenas empezaba la noche, una noche larga y
hermosa, quienes la compartimos, nos enfilamos al "Metro" y tomamos rumbo al
sur.
Un día después, a las 9 de la noche, emprendí mi regreso, llegue a
Aguascalientes, a las tres en punto de la mañana, era lunes 8 de octubre,
las calles estaban encharcadas prueba de haberse bañado con una abundante
lluvia, para entonces, el cielo lucía despejado, adornado con un precioso
color azul medianoche y salpicado de estrellas que centelleaban.
Creo que si hubiera llovido en ese momento, la lluvia no hubiese mojado mi
cuerpo porque yo seguía inmerso en mi embeleso, protegido por la frondosa y
siempre viva sombra del Árbol del Puercoespín.
ignacio.velazquez
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