Temas
- El Pozo de los Vientos - 3'10
- El Sacrificio - 3'17
- Sol de Fuego - 3'30
- Quien Bien Quiere - 2'47
- Homenaje a Waldo - 5'21
- Los Capiangos - 5'18
- Tema de Anacrusa - 13'06
- Los Capiangos (bonus) - 5'22
Integrantes
- José Luis Castiñeira de Dios: arreglos musicales y dirección general
- Susana Lago: voz y teclados
- Julio Pardo: flauta
- Bruno Pizzamiglio: oboe
- Daniel Sbarra: guitarra
- Jorge Trasante: batería y percusión
- Juan Mosalini: bandoneón
- Phillipe Pages: teclados
Pasaron dos o tres años para que Anacrusa hiciera el disco sucesor de “Anacrusa
III”, hasta que al final sucedió en 1978: el disco en cuestión fue “El
Sacrificio”, el cual fue grabado en Francia, país a donde el grupo se mudó tras
el golpe de estado que tuvo lugar en su natal Argentina. El grupo afianza su
empleo de la doble sección de maderas (flauta y oboe), añadiendo además un
recurrente ensamble de cuerdas, y apariciones especiales del saxo, el bandoneón
y el charango. Este disco explota muy bien la vertiente estilizada que siempre
ha caracterizado al grupo, y que en “Anacrusa III” (de 1975 o 1976, no recuerdo
exactamente) había llegado hasta picos expresionistas de suma elegancia. “El
Sacrificio” señaliza el culmen de eclecticismo musical en el seno de la línea
fusión del grupo, como si Castiñeira de Dios, Lagos y co. quisieran ensalzar y
celebrar el camino musical andado hasta entonces sin andarse con medias tintas.
De entrada afirmo que este disco es una obra cumbre de la fusión moderna,
argentina o sudamericana en general.
‘El Pozo de los Vientos’ abre el disco con un lirismo bárbaro, gestado a partir
de la ingeniosa manera en que los músicos se congregan para explotar una base
melódica recurrente sobre un compás criollo llamativo. La pieza homónima sigue
a continuación, mostrando aires de ceremonia: las cortinas orquestales son
mágicas, del mismo modo que el canto apasionado y onírico de Susana lago
resulta embrujador (incluso cuando transmite las emociones más tristes).
Después de la fastuosa y sutilmente tortuosa bruma de la pieza anterior, ‘Sol
de Fuego’ emerge de las nubes para traernos ambientes más cálidos en clave de
jazz-fusión, combinando quiebres de raigambre tanguera y cadencias rítmicas de
malambo. ‘Quien Bien Quiere’ establece una excursión masivamente estilizada que
saca a relucir abundantemente la belleza extensiva del folklore criollo
latinoamericano: es una pena que esta pieza ni siquiera llegue a los 3 minutos
de duración, pues su dosis de colorido bien podría haber dado para una mayor
expansión. ‘Homenaje a Waldo’ reduce el rango explícito de esplendor, que no la
belleza: se trata de un cautivante ejercicio de tango-fusión, elaborado con un
conmovedor romanticismo que literalmente traduce la poesía a sonido. Las líneas
de oboe y flauta, retazos de bandoneón y florituras de saxo crean una cadena
hipnótica de melancolía contemplativa. Los arreglos de cuerdas resultan
especialmente efectivos aquí, especialmente en el muy logrado clímax. ‘Los
Capiangos’ es una pieza que ya había aparecido en “Anacrusa III”. Esta versión
no trae algo especialmente nuevo, a excepción del interludio, pero sí da gusto
escuchar que hay un desarrollo instrumental más minucioso merced a la presencia
de una mayor cantidad de músicos. Como sea, ya sea que aparezca en uno, dos o
quinientos discos, ‘Los Capiangos’ es un instrumental muy bello, y eso es lo
que cuenta al fin y al cabo. Los últimos 13 minutos del disco están ocupados
por el maratónico ‘Tema de Anacrusa’. La articulación fluida y armónica de
climas propios del rock sinfónico, colores folklóricos y estructuras rítmicas
fusionescas (con recurrencias de tres cuartos y seis octavos) hallan una
majestuosa expresión aquí. Los nexos entre los pasajes extrovertidos e
introvertidos están manejados con solvencia como para que los contrastes
resulten naturales al 100 %. Los serenos pasajes jazzeros y breves adornos
jazz-rock que preceden a la fanfarria final son ejemplos de la riqueza estética
suprema de Anacrusa. La verdad que este tema es genuinamente épico: el momento
final del tema no es sino un manifiesto extrovertido del colorido que se había
manifestado con variados matices y tonalidades a lo largo del disco entero.
En fin, “El Sacrificio” es todo un tesoro que el fan progresivo deberá saber
apreciar en toda su grandeza. Esto vale también para todo amante de la fusión
moderna. Anacrusa es una banda maestra en esto de beber de las aguas de la
tradición para insuflarles una nueva frescura.
César Mendoza
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